Tenía mas de seis semanas buscando las imágenes que sobrevivieron aquel incendio que arruinó tres cuartas partes del material fílmico del archivo de la ciudad de Ámsterdam en 1898. Se habían destruido cientos de esplendidos panoramas de la arquitectura e incluso imágenes del proceso de construcción de obras de ingeniería. Fotos hechas cronológicamente al tiempo que los franceses, quienes por esos tiempos ya comenzaban a usar el medio como documentación por encargo protocolar, incluso Eduard Baldus, uno de los pioneros, hizo varios ensayos comisionados por la reina. Sus imágenes de la restauración de una de las salas del Louvre me recuerdan a muchas que he estuve observando en esos últimos términos.
Alguno que otro tema bucólico matizaba los remanentes de la trágica historia, como aquellas jóvenes bañistas, ataviadas de curiosas vestimentas de la época, que me disgregaban. Dedique cuidado enfocando las lupas electrónicas, digitalizando imágenes y luego reconstruyéndolas de entre las burbujas que dibujaban las partes quemadas de la fina película de nitrato de plata. Solo para observar los rígidos pezones que marcaban los incómodos trajes mojados de aquellas cándidas neerlandesas.